TÃtulo original: Crescendo
Traducción: Paula Vicens
1.ª edición: agosto, 2013
© 2013 by Becca Fitzpatrick
© Ediciones B, S. A., 2013
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
Depósito Legal: B. 18.608-2013
ISBN DIGITAL: 978-84-9019-536-9
Maquetación ebook: Caurina.com
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Para Jenn Martin y Rebecca Sutton,
por vuestros superpoderes de amistad.
Gracias también a T. J. Fritsche,
quien me sugirió el nombre de Ecanus.
Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Prólogo

Coldwater, Maine
Catorce meses antes
Las ramas del espino arañaban el cristal de la ventana delante de la cual Harrison Grey estaba sentado. Dobló la esquina de la página, incapaz por más tiempo de leer con aquel jaleo. Un vendaval de primavera habÃa azotado la granja toda la noche, ululando, silbando y haciendo que los postigos golpearan repetidamente los listones de la fachada: ¡Pam! ¡Pam! ¡Pam! Según el calendario era marzo, pero Harrison sabÃa que era una equivocación creer que la primavera estuviera a punto de llegar. Con aquella tormenta no le habrÃa sorprendido encontrarse por la mañana con el campo blanco de escarcha.
Para no oÃr el penetrante rugido del viento, Harrison pulsó el mando a distancia y puso el aria Ombra mai fu, de Bononcini. Luego añadió otro leño al fuego, y se preguntó, no por primera vez, si hubiese comprado la granja de haber sabido cuánto combustible hacÃa falta para calentar una habitación pequeña, y ya no digamos nueve.
El teléfono sonó con estridencia.
Harrison descolgó antes de que cesara el segundo timbrazo. Esperaba escuchar la voz de la mejor amiga de su hija, que tenÃa la molesta costumbre de llamar en el último instante, justo la noche antes de que terminara el plazo de entrega de los trabajos de clase.
Oyó una respiración rápida y superficial antes de que una voz ahogara el ruido.
—Tenemos que vernos. ¿Cuánto tardarás en llegar?
La voz que escuchó, un fantasma del pasado, lo dejó helado. HacÃa mucho que no la oÃa, y escucharla de nuevo sólo podÃa significar una cosa: que algo iba mal, terriblemente mal. Se dio cuenta de que el auricular que sostenÃa en la mano estaba resbaladizo de sudor y de que él se habÃa puesto rÃgido.
—Una hora —respondió categórico.
Colgó despacio. Cerró los ojos y, de mala gana, retornó al pasado. HabÃa habido una época, quince años antes, en que el timbre del teléfono lo dejaba petrificado y los segundos resonaban como tambores mientras esperaba oÃr la voz al otro extremo de la lÃnea. Con el tiempo, a medida que un año tranquilo daba paso a otro, se fue convenciendo de que era un hombre que habÃa dejado atrás los secretos de su pasado, un hombre con una vida normal, con una buena familia. Un hombre sin nada que temer.
En la cocina, de pie junto al fregadero, Harrison se sirvió un vaso de agua y se lo tomó. Fuera era noche cerrada, y desde la ventana su reflejo pálido le devolvió la mirada. Asintió con la cabeza, como para decirse que todo irÃa bien. Pero sus ojos lo contradecÃan.
Se aflojó la corbata para aliviar la opresión que sentÃa y que parecÃa tensarle la piel. Tomó otro vaso de agua. Le costó tragar; era como si el lÃquido quisiera salir otra vez de su cuerpo. Dejó el vaso en el fregadero y cogió del mármol de la cocina las llaves del coche, preguntándose si debÃa cambiar de opinión.
Harrison acercó el coche con cuidado al bordillo y apagó los faro