TÃtulo original: Hush, hush
Traducción: Pablo M. Migliozzi
1.ª edición: junio, 2013
© 2009 by Becca Fitzpatrick
© Ediciones B, S. A., 2013
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
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Depósito Legal: B. 18.629-2013
ISBN DIGITAL: 978-84-9019-534-5
Maquetación ebook: Caurina.com
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Para Heather, Christian y Michael. Nuestra infancia no era nada sin imaginación. Y a Justin. Gracias por no elegir la clase de cocina japonesa. Te quiero.
Dios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los arrojó al infierno y los dejó en las tinieblas, encadenados a la espera del juicio.
2 Pedro 2:4

Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Cita
Prólogo
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
AGRADECIMIENTOS
Prólogo

Valle del Loira, Francia, noviembre de 1565
Chauncey estaba con la hija de un granjero en la orilla del rÃo Loira cuando se desató la tormenta. HabÃa dejado su caballo vagando por el prado, asà que sólo le quedaban sus dos piernas para regresar al castillo. Arrancó una hebilla plateada de calzado, la depositó en la palma de la mano de la chica y vio cómo ella se alejaba corriendo, el barro salpicándole las faldas. Después se puso las botas y echó a andar rumbo a casa.
Mientras oscurecÃa, la lluvia caÃa como una cortina de agua sobre la campiña que rodeaba el castillo de Langeais. Chauncey caminaba tranquilamente sobre las tumbas hundidas y el humus del cementerio; incluso en medio de la niebla más espesa podÃa encontrar el camino a casa sin miedo de perderse. Esa noche no habÃa niebla, pero la oscuridad y la lluvia torrencial engañaban bastante.
Percibió un movimiento a un lado y giró rápidamente la cabeza hacia la izquierda. Lo que a primera vista parecÃa un ángel que coronaba un monumento cercano se irguió en toda su altura. El muchacho tenÃa brazos y piernas, y no era de mármol ni de piedra. Llevaba el torso desnudo, holgados pantalones de campesino y los pies descalzos. Saltó del monumento; su cabello negro chorreaba agua. Las gotas se deslizaban por su rostro, oscuro como el de un español.
La mano de Chauncey fue a la empuñadura de su espada.
—¿Quién va?
La boca del muchacho insinuó una sonrisa.
—No juguéis con el duque de Langeais —le advirtió Chauncey—. Os he preguntado quién sois. Responded.
—¿Duque? —El chico se apoyó en un sauce retorcido—. ¿O bastardo?
Chauncey desenvainó la espada.
—¡Retiradlo! Mi padre era el duque de Langeais. Ahora el duque soy yo —añadió torpemente, y se maldijo por eso.
El chico meneó la cabeza con pereza.
—Vuestro padre no era el antiguo duque.
Chauncey se enfureció ante la nueva ofensa.
—¿Y vuestro padre? —preguntó extendiendo la espada. TodavÃa no conocÃa a todos sus vasallos, pero los estaba conociendo. El nombre de la familia de ese muchacho no se le olvidarÃa—. Os lo preguntaré una vez más —dijo en voz baja, secándose la cara con la mano—. ¿Quién sois?
El muchacho se acercÃ