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MARFIL
Dos semanas después.
Miré la moneda de doscientos pesos colombianos que tenÃa entre los dedos. Mientras esperaba a que Liam llegase solo pude pensar en una cosa: esas dos caras formaban un todo y nunca llegarÃan a verse de frente. Parece una tonterÃa, una moneda es una moneda, pero en aquel instante no pude evitar sentirme identificada con ella. ¿TenÃa yo dos caras completamente opuestas que nunca llegarÃan a fundirse en una sola? A veces era complicado entenderme a mà misma. Si me viese desde fuera, en la mayorÃa de las situaciones de mi vida, estoy segura de que lo único que se me pasarÃa por la cabeza serÃa: ¿pero qué demonios haces?
Mi hermana Gabriella muchas veces afirmaba que haber pasado toda nuestra infancia y adolescencia metidas en un internado a siete mil kilómetros de distancia de nuestro hogar nos iba a dejar secuelas. Yo por suerte ya habÃa dejado aquella etapa atrás, a ella por el contrario aún le quedaban dos años intensos de normas estrictas y dÃas nublados. Le faltaban apenas unos meses para cumplir los dieciséis y sus únicas preocupaciones eran que nunca habÃa besado a un chico y que si seguÃa rodeada de mujeres iba a terminar convirtiéndose en lesbiana. Solo pensar en la cara de mi padre al sopesar siquiera esa opción me sacaba una sonrisa.
Secuelas..., podrÃa estar hablando de ellas durante horas. La más importante aún conseguÃa despertarme por las noches con el corazón encogido y las lágrimas cayendo por mis mejillas como si tuviese cuatro años, no veinte. Era increÃble cómo algunos recuerdos podÃan quedar grabados para siempre en tu memoria y luego otros podÃan desaparecer sin dejar ni rastro. Según Pixar —sÃ, los estudios de animación que hicieron la pelÃcula Del revés (Inside Out)—, nuestro cerebro elimina aquellos recuerdos que no sirven para nada y retiene aquellos que considera más importantes. Y ahà es cuando yo me pregunto: ¿servÃa de algo recordar cómo mataron a mi madre delante de mÃ?
Está claro que, diga lo que diga Pixar, el cerebro hace lo que le da la gana.
Mientras divagaba sin sentido, fui consciente de que el grupo de tÃos que habÃa en la barra a mi derecha no me quitaba los ojos de encima. No lo dudé, levanté la cabeza y los miré sin apartar la vista. Mi intención habÃa sido intimidarlos, o al menos que fueran menos descarados, pero dos de ellos se echaron a reÃr y el tercero, alto y de pelo castaño, me mantuvo la mirada sin titubear.
Odiaba ser la primera en apartar la mirada, me daba igual con quien fuese. Solo una persona en todo el planeta conseguÃa intimidarme lo suficiente como para hacerme agachar la cabeza y que dejara incluso de pestañear si hacÃa falta; y esa persona se encontraba demasiado lejos de donde yo estaba como para tener que recordarla siquiera.
Empezó entonces la batalla de miradas más épica de la historia. Bueno, tampoco fue para tanto, me gusta dramatizar, pero sà que fue de las intensas. Cuanto más lo miraba, más curiosidad sentÃa, y cuanto más me miraba él, más segura estaba de lo que empezaba a pasársele por la cabeza. ¿PodrÃa hacer con él lo mismo que con el resto? SerÃa divertido...
—Eh, Mar —dijo una voz grave detrás de mÃ, aunque fue el tacto de su mano en mi espalda lo que me hizo pegar un salto y desviar la mirada.
¡Mierda! Acababa de perder.
Me giré para recibir a mi mejor amigo, y la frustración se evaporó nada más fijar mis ojos en los suyos. Liam Michaelson medÃa casi uno noventa, tenÃa el pelo negro como la noche, ojos celestes... Todo un donjuán. Y no, no era gay. Y sÃ, era mi mejor amigo. Cosas más raras se han visto.
—¿Llevas mucho esperando? —preguntó mirando por encima de mi cabeza a los tÃos del final de la barra.
—Lo justo como para que te toque invitarme a una copa.
Técnicamente yo aún no podÃa beber alcohol y menos comprarlo, pero lo de los carnets falsos estaba ya tan normalizado que me parecÃa patético que esa ley aún siguiera vigente.
Liam me sonrió con dulzura y llamó a la camarera para que nos sirviera una copa.
—¿Y a qué se debe que me hayas tenido media hora aquà esperándote? —dije haciendo girar las aceitunas de mi martini.
Liam se llevó su cerveza a los labios y puso los ojos en blanco.
—No quieras saberlo.
—¿Virginia? O no, espera... ¿Rose?
—Tessi —dijo sin que yo pudiera evitar echarme a reÃr.
—¿Tessi? ¿La llamas asà por alguna razón que desconozco o...?
—Ella quiere que la llame asÃ. Qué mujer tan insoportable, joder.
Liam era un tÃo que, bueno... era un tÃo. Fin. Los tÃos por regla general solo quieren pasar un buen rato y, también por norma general, las mujeres queremos eso y muchas cosas más, aunque yo no me incluya... Pero entendÃa que Virginia, Rose y... Tessi quisiesen algo más con mi mejor amigo. Era un partidazo... si le quitabas esa afición de tirarse a todo lo que se movÃa, claro.
Liam y yo nos conocimos durante mi primer año en la facultad. Por aquel entonces era una novata de la cabeza a los pies y no solo en lo que a la universidad se refiere, sino a la vida en general. VenÃa de haberme pasado ocho años estudiando fuera, rodeada de chicas y de monjas; solo me pasaba dos meses de verano en mi casa de Luisiana. Los dos estudiábamos economÃa en la Universidad de Columbia, aquÃ, en Nueva York. Él tenÃa tres años más que yo, lo que significaba que ya estaba cursando su último año.
Tuve que luchar contra mi padre para que me dejase mudarme a Nueva York por mi cuenta y, aunque aún me costaba creerlo, ya llevaba dos años viviendo sola. Puede decirse que me desmadré un poquito cuando me encontré con tanta libertad; tantos años reprimida no habÃan sido nada saludables y perdà un poco la cabeza, aunque me gustaba pensar que esa época habÃa quedado atrás... más o menos.
Liam fue el primer chico que besé. TenÃa dieciocho años recién cumplidos y con él descubrà de lo que era capaz cuando se trataba de conquistar a un hombre. Mi padre siempre me tuvo bastante escondida y me trataba como si fuese su pequeño tesoro al que nadie podÃa acceder, aunque Liam accedió... y en profundidad.
No llegamos a acostarnos, pero sà hicimos algunas cosas hasta que nos dimos cuenta de que en reali