por DAMIÁN TULLIO.
Hace unas semanas me llegó un rumor horrible. No puedo describirlo de otra forma. Parece que cada primer o segundo jueves de octubre Philip Roth sale de su caserón en el campo, hace 200 millas hasta la oficina de su agente en Manhattan y se sientan juntos a esperar el llamado de la Academia Sueca diciéndole que ganó el Premio Nobel de Literatura. ¿No tiene teléfono Roth en su chacra? ¿No son como las cinco de la mañana en la costa este de Estados Unidos a la hora que dan el premio? ¿Se levanta de madrugada para que año tras año se lo den a otro? Es medio ridículo el rumor. Algo de la historia me suena construido, medio armado a propósito. Pero podría ser posible. De hecho, parece el comienzo de una de sus novelas. Un escritor viejito y consagrado, que no necesita nada más y, sin embargo, va año tras año a humillarse en la oficina de un editor que le pide ristrettos mientras pasan las horas y no llama nadie.
Cuando se publicó Sale el espectro (2007), la sensación de que Philip Roth estaba usando sus últimos cartuchos se hizo patente. Con casi setenta y cinco años, cincuenta de oficio y más de veinticinco libros publicados, el título de su última novela parecía insinuar el final de ese recorrido. No es que tal final viniera siendo anunciado. La conjura contra América lo devolvió a las listas de best-sellers, algo que no le ocurría desde El lamento de Portnoy (1969), su libro más conocido, y la forma en que evolucionó su obra en la madurez hacía pensar que Roth sólo podía ofrecer libros todavía mejores. Pero ni siquiera una fuerza de escritura como esa dura para siempre. En su novela de 2006, Elegía, un libro chiquito cuya primera edición tenía una tapa negra, mortuoria, diseñada para imitar una lápida, aparecía una frase que Roth dice haber escuchado de un anciano en silla de ruedas al que rescataban del desastre del huracán Katrina. Esa frase rebotó como una premonición en todos sus libros posteriores: ?La vejez no es una batalla; la vejez es una masacre?.
Estas y otras insinuaciones (Roth abre La humillación, su novela de 2008, con la frase sombría ?Había perdido la magia?) parecen la condición para que aparezca un libro como Roth desencadenado, de Claudia Roth Pierpont. La escritora aprovecha los últimos años de silencio y repliegue de Roth para mirar en perspectiva y por primera vez el conjunto de su obra. Todo está examinado: desde el primer libro de cuentos publicado en 1959, con el que irritó a la comunidad judía y le valió el mote de self-hating jew, pasando por los libros que narran la relación tormentosa con su primera mujer, y le valieron el mote de misógino, el éxito comercial de El lamento de Portnoy (?el libro que todo antisemita estaba esperando? en palabras de Gershom Scholem), sus novelas desde los años 80, con las que trascendió las polémicas, hasta Némesis, su último y pequeño gran libro. Pierpont analiza las novelas en el contexto en que surgieron, aporta detalles de la vida del escritor que lo muestran en el momento particular de cada obra e incluye algo que, a lo mejor, es el rasgo distintivo del libro: los comentarios del propio Roth.
Más que un repaso de la vida del escritor, el libro es una lectura de su obra comentada a dúo. La voz de Roth se incluye de un modo que parece estar leyendo con nosotros, susurrando comentarios y anécdotas entre el recorrido autoral de Pierpont. Esos comentarios no sirven sólo como citas, o para subrayar ideas que la propia Pierpoint tiene de las novelas, sino también para mostrar lo mucho que las obsesiones de Roth influyeron en su escritura. Incluso, esa inclusión tuerce el rumbo a ítems que los críticos siempre repitieron hasta el hartazgo de su obra, aun cuando nunca cuajaron con el espíritu de los libros. Como escritor, Roth nunca buscó ser querido. Hizo enojar a rabinos, críticos y feministas por igual. ?Roth parece buscárselas a veces?, resume Pierpont, aunque en su recorrido, riguroso y sin exculparlo, señala esas acusaciones cuando no se sostienen. Como cuando, por ejemplo, sorprende ?y expone? a una reputada académica de Yale haciendo una lectura literal y fuera de contexto de una oración de La mancha humana, para decirle a sus alumnos que ?Roth, por si no lo habían notado, es un escritor muy misógino?.
Pierpont da cuenta de su admiración, pero nunca reprime críticas u observaciones mordaces sobre libros que, en su parecer, no hacen justicia a su talento narrativo. De a ratos, hasta usa la voz de Roth para contradecirlo, no como buscando una hilacha de la que tirar sino para mostrar la perfectible evolución de un escritor profesional. Roth desencadenado rompe con la ilusión del genio que despacha novelas increíbles una tras otra y lo humaniza. Roth es un ser falible, torpe, haragán y ?como no? autorreferencial.
Sale el espectro, la novela con la que empezó a cerrar su obra, se titula originalmenteExit Ghost: los anuncios de la salida de escena del fantasma en las obras de Shakespeare. El título también es un guiño a los lectores de Roth. Sale el espectro es el cierre de la saga que comenzó en 1979 con The Ghost Writer (entre nosotros conocida como La visita al maestro), que introdujo a su alter ego camuflado Nathan Zuckerman. No tan camuflado, en realidad: Zuckerman, como Roth, es un escritor judío recluido en una chacra de Connecticut del éxito rabioso de un libro que publicó en los 70, y que, en sus años de vejez, está asolado por una dolencia física. La aparición de Zuckerman inauguró la visión de Roth como un escritor que se repliega hacia adentro, que eligió, en sus años de madurez, vivir y alimentarse de una sola cosa: la literatura.
Es cierto que el jugueteo constante entre su vida y la ficción es lo distintivo de su escritura. Y aunque ese modo fue leído como un acercamiento a la posmodernidad, la mayoría de las veces se lo consideró un vicio, un ejercicio de autocomplacencia. Uno de los pocos libros de Roth que Michiko Kakutani, la famosa crítica literaria del New York Times, elogió sin reservas es Patrimonio. Allí, Roth contaba sin mediaciones los últimos años de su padre, y lo elogioso era justamente que abandonara ?los defensivos juegos de espejos que le gustan al autor para alternar entre realidad y ficción?. Es cierto que, con Zuckerman a mano como dispositivo para distraer, Roth contrabandeó pedazos de su vida en su obra sin necesidad de llamarla autobiografía. Y aunque es fácil pensarlo como narcisismo, el hecho tiene más que ver con la concepción de ficción para Roth.
Pierpont marca como punto de inflexión el momento en que el norteamericano descubrió la obra de Gombrowicz: ?El hecho de que (Gombrowicz) estuviese dispuesto a colocarse a sí mismo en el centro del caos era para él más que emocionante?. Ese caos no sólo eran las implicancias de contar pormenores de un matrimonio ruinoso y los detalles familiares más escabrosos (?Cuando nace un escritor en una familia, esa familia está acabada?, dice Roth citando a Czeslaw Milosz), sino también el peligro de alimentar especulaciones sobre su vida. A muchos de sus lectores, esta emoción que le causa exhibirse se les aparece como un gesto provocador e irreverente de Roth. Yo, en cambio, creo que no podría haberlo hecho de otra manera.
Sus libros más fallidos y menos redondos son aquellos donde no parece haber referencia a su vida, donde hasta parece que hace un esfuerzo para desvincular a los personajes de su entorno personal. El mecanismo es válido cuando te confunden todo el tiempo con tus personajes (a Roth han llegado a gritarle, ?¡Eh, Portnoy, dejá de pajearte!?). Sus mejores libros, los más problemáticos y polémicos pero también los más sinceros, son esos donde no está claro dónde está lo inventado. Y todos están protagonizados por Zuckerman, aunque no siempre tenga un rol protagónico. Estoy convencido de que Roth es un escritor que cree que el destilado de la ficción (él va a saber disculpar esta metáfora boba) se hace con el agua de la realidad, y que cuando trató de tabicar esos dos mundos, cuando los separó casi reactivamente, las cosas salieron mal.
Quien espere una biografía integral de Philip Roth puede llegar a decepcionarse con el libro de Pierpont. Aunque lleva impreso el ritmo de la vida del autor, sólo aparece en la medida en que es uno de los lugares posibles para indagar su obra. A los fanáticos, o aquellos que hayan leído la mayoría de las novelas, les ofrece una mirada distinta, complementaria. Para quienes nunca hayan leído a Roth, el libro puede ser un largo catálogo encriptado, difícil de encarar, pero también, con paciencia, la mejor hoja de ruta para empezar a conocerlo. En Roth desencadenado no hay lugares comunes ni análisis tediosos. Uno de sus logros es la forma grácil y accesible con que introduce cada novela, incluso aquellas que considera fallidas o poco interesantes. Leyéndolo, me vi tentado a releerlas todas, una por una. No puedo más que suponer que quien no las conozca habrá de entusiasmarse del mismo modo.
Por estos días, todos los suplementos literarios repiten una máxima de Javier Cercas: ?La mejor literatura es la que no suena a literatura, sino a verdad?. Cercas, un lector inteligente, pone la tensión de su frase en ese ?suena? que, más que dividir las aguas, asume a realidad y ficción como partes constitutivas. En Roth, estoy convencido, hay una concepción parecida. Me gusta pensar ?y se verifica leyéndolo? que para él la realidad y la ficción no son cosas contrapuestas. Para Roth la ficción es ?como también dice Pierpont? subir la apuesta a la realidad. Ponerle un plus, recargarla de sentido.
Vía La Agenda