Su familia siempre se iba de vacaciones en septiembre.
Cuando era más pequeña, lo odiaba, porque después de haberse pasado el verano entero sola y aburrida, justo cuando sus amigos empezaban a regresar de la playa, de la montaña, de sus pueblos o del extranjero, a ella le tocaba irse. HabrÃa preferido viajar en julio o en agosto, como todo el mundo, o directamente no haber salido de vacaciones a ningún sitio. Quedarse en casa y disfrutar con sus amigos de los últimos dÃas de libertad antes de que comenzara el instituto habrÃa sido, de hecho, el mejor plan. Y es que a veces, de hecho, las vacaciones solo servÃan para cambiar una casa por otra, porque aunque sus padres siempre alquilaban apartamentos en sitios maravillosos, como si asà quisieran compensarla por haber retrasado tanto el comienzo de la diversión, muchas veces el tiempo no acompañaba y se pasaban la última quincena del verano encerrados en una casa prestada en un lugar que no conocÃan. Le parecÃa mentira que todavÃa no supieran que septiembre era una loterÃa: nunca hacÃa tanto calor como en agosto y, muchos años, el otoño llegaba por adelantado, vistiéndolo todo de viento, lluvia y nubes prematuras.
Pasar las vacaciones enfadada se habÃa convertido en una especie de tradición para ella, y por eso aquel año intentó convencerlos de que la dejaran quedarse en casa. Era un septiembre especial porque era el último antes de irse a vivir a la capital en otoño. Muy pronto se separarÃa de sus amigos, y querÃa aprovechar para disfrutar de los