—Muy original —suspiró Cate.
Sus payasadas habÃan dado resultado. Connor volvÃa a son—Muy bien, chicos —dijo Cate—. Voy a ultimar los preparativos para el ataque.
—¡SÃ, señor! —dijo Bart saludándola.
Cate intentó fruncir el entrecejo, pero no pudo contener la risa.
—Ya basta de tanto descaro, señor Pearce. Una palabra más y esta noche va a tener usted que limpiar las letrinas, mientras los demás nos vamos a la taberna de Ma Kettle. —Se dio media vuelta y se marchó, antes de que se le escapara otra carcajada.
—Oh, me encanta cuando se da esos aires de importancia —comentó Bart a sus compañeros.
Connor guiñó un ojo a Jez.
—Venga, Connor —dijo Jez—, dejaremos al señor Pearce
con sus fantasÃas amorosas mientras practicamos unos cuantos
movimientos con el estoque.
—Hecho —dijo Connor.
Después de pasarse toda la mañana limpiando espadas, Grace mpest también necesitaba un lavado a fondo. Se frotó bien las manos y los brazos, pero, aunque consiguió quitarse casi toda la mugre, no pudo librarse del olor a aceite y metal. Oh, ueno, iba a tener que dejar que se le fuera pasando poco a poco, decidió. Tras despedirse de sus compañeros, se dirigió su camarote para darse un merecido descanso. En el pasillo oyó nor estarÃa entre ellos. Le invadió un temor instintivo por él. Después de tres meses, todavÃa le resultaba extraño pensar que su hermano gemelo se habÃa convertido en un pirata prodigio.
A veces se asombraba de cómo se habÃan desarrollado las cosas. Tras la muerte de su padre, en Crescent Moon Bay ya no quedaba nada para ellos, nada salvo una vida de duro trabajo en el orfanato o ser adoptados por el chiflado director del banco, Lachlan Busby, y la loca de su esposa, Loretta. Asà que se habÃan hecho a la mar en su viejo balandro, el Dama de
, sin saber exactamente qué rumbo tomar, pero seguros de que cualquier destino serÃa mejor que lo que habÃan
No obstante, ninguno de los dos podrÃa haber imaginado lo que les esperaba, pensó Grace al abrir la puerta de su pequeño camarote. Su hermano habÃa sido rescatado por aquel barco pirata, y ella habÃa terminado con los vampiratas, criaturas de las que solo habÃa oÃdo hablar en la extraña canción marinera que su padre les cantaba a ella y a su hermano.
Esta es la historia de los vampiratas,
asà que estate atento.
Esta es la canción de un barco muy viejo y sus temibles marineros.
Esta es la canción de un barco muy viejo,
que surca el mar entero,
que ronda el mar entero.
ese a haber oÃdo la canción numerosas veces, jamás habÃan creÃdo que el barco pudiera existir realmente. ¡Pero existÃa!
máscara, con su enigmático capitán.
Sé que el capitán lleva siempre velo
para no dar mucho miedo
cuando ves su piel de muerto
y sus ojos, ya que es tuerto,
y sus dientes, ¡qué mugrientos!
Oh, sé que el capitán lleva siempre velo y sus ojos nunca ven el cielo.
El capitán no llevaba velo, sino una máscara. Aquel era solo uno de los aspectos en que la realidad del barco vampirata contrastaba con la letra de la canción. El buque era tan misteioso como ella habrÃa imaginado, pero, desde luego, no era el lugar de terror que todo el mundo se esperaba. O al menos, no lo habÃa sido para ella.
«¿No era un sitio horrible?», le preguntaba algún que otro pirata todos los dÃas sin excepción. «¿Qué fue lo peor que te pasó?», era otra pregunta frecuente. «¿Qué aspecto tenÃan esos demonios?»
Ante tales preguntas, Grace decidió que la mejor estrategia era decir: «PreferirÃa no hablar de ello, si no te importa», lo cual solÃa dar resultado. «Pobre Grace —pensaban los demás—. Es lógico que no quiera evocar recuerdos de un lugar tan horrible.»
Resultaba mucho más fácil decir eso que intentar persuadirlos de que, en realidad, la habÃan tratado bien. El capitán
enmascarado le habÃa parecido una criatura benévola, preocupada por su bienestar. Y aunque, por supuesto, los vampiratas estÃn semanal. Y la sangre provenÃa de donantes, que recibÃan un trato de favor a cambio de su donativo. Se lo habÃa
contado a Connor, pero incluso él habÃa tenido dificultades
para comprender que a ella le pareciera tan aceptable. La sola
idea de alimentarse de sangre, o «acto de entrega», como lo
llamaban los vampiratas, la horrorizaba. Grace sonrió. Por muy
duro que Connor pudiera parecer a sus camaradas piratas, solo
de pensar en sangre le entraban náuseas. Era una suerte, ref
xionó Grace, que fuera ella quien hubiera ido a parar al barco
vampirata y él al buque pirata, ¡y no al revés!
or extraño que pareciera, Grace habÃa hecho buenos amigos en el barco de los vampiratas. De hecho, la ropa que lleaba se la habÃa regalado Darcy Pecios, que, según sus propias
palabras, era «mascarón de dÃa, animadora de noche».
Sentada en su estrecha cama, Grace retiró la delgada cortina que cubrÃa el ojo de buey. Fuera, el océano tenÃa un color azul deslumbrante. Aquello la hizo pensar, como tantas otras eces, en Lorcan Furey, el «joven» vampirata que la habÃa salado de morir ahogada. Él habÃa velado por ella a bordo del barco y, cuando los piratas vinieron en su busca, la habÃa protegido una última vez. Grace habÃa abandonado el barco con ucha más premura de la que habrÃa querido. Ni tan siquiera habÃa tenido ocasión de decirle adiós como era debido. Lo habÃa perdido de vista después de que apareció Connor. ¡La llegada de su hermano habÃa sido una sorpresa tan grande!
Naturalmente, Lorcan debÃa de haber abandonado la cubierta al hacerse de dÃa. Pero, cuando ella fue a su camarote para decirle adiós, él no estaba. HabÃa hecho esperar a Connor mientras lo buscaba por todo el barco, pero no lo habÃa enpodÃa estar. Finalmente, no pudo hacer esperar más a Connor. Se despidió del capitán vampirata y regresó a su camarote por última vez. Recogió sus escasas pertenencias, incluyendo los cuadernos de su camarote y algunas de las prendas que Darcy no usaba, y salió de nuevo a cubierta para marcharse. Cuando más tarde deshizo la maleta en su camarote del Diablo, encontró un pequeño cofre de madera que no recordaba haber metido en ella. Dentro habÃa un envoltorio de paño. Al abrirlo, cayó al suelo una tarjeta. En una letra de patas de araña que le resultaba familiar, el trazo más brusco aún de lo habitual, habÃan garabateado:
Querida Grace:
Algo para que no te olvides de mÃ.
¡Que tengas buen viaje!
Tu fiel amigo,
Lorcan Furey
El corazón le latÃa con fuerza cuando recogió la tarjeta del suelo. La sola visión de la rúbrica de Lorcan bastaba para conmoverla. Pero, envuelta en el paño, habÃa una sorpresa incluso mayor. El anillo de la Amistad de Lorcan. Grace recordó la primera vez que lo habÃa visto, cuando él le habÃa apartado un mechón de pelo de la cara empapada, tras salvarla de morir ahogada.
Miró el anillo, el extraño icono con una calavera acunada por dos manos, con una pequeña corona encima. Lo cogió entre los dedos. Era un regalo demasiado importante, pensó. rmaba parte de Lorcan. Se emocionó al pensar que a lo que formara parte de él. Decidió devolvérselo algún dÃa. Entretanto, serÃa su talismán, un recuerdo del tiempo que habÃa pasado en el barco de los vampiratas y un presagio de que un dÃa, en el futuro, iba a regresar.
Asà que desabrochó la cadena que Connor le habÃa regalado y ensartó el anillo en ella junto al guardapelo de su hermano. Aquellas eran sus posesiones más preciadas.
Grace alzó la mano para tocar el anillo. A veces, cuando lo hacÃa, cerraba los ojos y veÃa una imagen tan diáfana del barco vampirata que era como si lo estuviera viendo de verdad. ¡Ojalá fuera asÃ!
¿Cómo estarÃan todos?, ¿el capitán, Darcy y Lorcan?, se preguntó. ¿Dónde se encontrarÃan ahora? Una vez más, se lamentó de no haber dispuesto de más tiempo para despedirse. HabÃa sido imposible discutir con Connor cuando él le dijo que debÃa irse a vivir al Diablo con él. Jamás habrÃa podido convencerlo de quedarse en el barco vampirata. ¿Acaso no habrÃa sido una locura? ¿Optar por vivir entre una tripulación de vampiros? Recordó algo que su padre le habÃa dicho en una ocasión: «A veces, cometer locuras es de sabios, Gracie». TenÃa la sensación de que su padre lo habrÃa comprendido.
Soltó el anillo. Ella habrÃa elegido quedarse con ellos si ealmente hubiera tenido posibilidad de elección. Solo un miembro de la tripulación la habÃa amenazado. Como siempre le ocurrÃa, se estremeció al imaginar al teniente Sidorio, cuyos ojos eran llameantes pozos de fuego, y cuyos colmillos de oro estaban tan afilados como dagas.
Sidorio, que habÃa matado a su donante y secuestrado a Grace en su camarote hasta que el capitán la rescató.
el mismÃsimo Julio César antes de cruzar al otro lado.
Sidorio, que habÃa sido expulsado del barco y enviado al exilio.
Él era el único vampiro realmente peligroso de a bordo, pensó Grace mientras contemplaba el océano translúcido. Pero Sidorio se habÃa marchado. El peligro habÃa pasado. Seguro que ahora no serÃa arriesgado regresar, si pudiera hallar la forma de hacerlo.
2
Una presa fácil —¡Disparad una salva de cañón! —gritó Cate.
El abordaje habÃa comenzado.
Ahora el Diablo estaba junto al barco enemigo. La salva de cañón señaló que el abordaje habÃa comenzado y el chirrido de metal indicó que las rejas que los piratas llamaban los «Tres Deseos» habÃan comenzado a descender para hacer de puente entre el barco pirata y el carguer